DESARROLLO SOSTENIBLE/SOSTENIBILIDAD
Pedro L. Lomas
Como reacción a la expansión del campo socialista tras la Segunda Guerra Mundial, a través de los mecanismos de reconstrucción de Europa, la ayuda al desarrollo y el reparto colonial, se iniciaron las denominadas políticas de desarrollo (véase crecimiento/decrecimiento/poscrecimiento), que prometían una senda de progreso socioeconómico para aquellos países que adoptasen el modelo capitalista (Rostow, 1960). Esta visión optimista del desarrollo capitalista se apoyaba, entre otras cosas, en la hipótesis de la curva de Kuznets, según la cual, aunque en las primeras etapas del desarrollo la desigualdad en las rentas tendería a aumentar, conforme se alcanzasen etapas más avanzadas los niveles de desigualdad se irían reduciendo hasta alcanzar la prosperidad en el conjunto de la sociedad (Kuznets, 1955).
En el ámbito ambiental, la narrativa evolucionó por cauces análogos, hasta que, en los años 60 y 70, se comenzaron a manifestar con mayor crudeza las consecuencias de las políticas de desarrollo y aparecieron diversos trabajos que cuestionaban sus efectos sobre el medio ambiente y la imposibilidad del crecimiento ilimitado (Carson, 1962; Boulding, 1966; Meadows et al. 1972).
Así, desde las instituciones internacionales se vio la necesidad de buscar una narrativa que sirviese para conciliar este modelo hegemónico con el medio ambiente, y se acuñó el concepto de desarrollo sostenible, definido como «…aquel desarrollo que permite satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones del futuro para atender sus propias necesidades» (WCED, 1987). El debate se centraba fundamentalmente en garantizar la equidad intergeneracional (véase generaciones futuras) en el uso de los recursos naturales.
Como ha señalado Naredo (1996), el término cargaba con una fuerte indefinición, debida al intento de conciliar el crecimiento económico con la idea de sostenibilidad, pues se trata de conceptos que remiten a dominios de abstracción y sistemas de razonamiento diferentes. Desde entonces, han sido incontables los intentos por poner en práctica la idea de desarrollo sostenible, si bien podríamos agruparlas alrededor de dos grandes paradigmas (Cabeza Gutés, 1996; Martínez Alier et al. 1998): débil y fuerte.
1. Sostenibilidad débil
Gran parte de la ortodoxia económica y política mundial sigue apoyándose en la idea de desarrollo (crecimiento) económico como forma de alcanzar la sostenibilidad. Según esta forma de entenderla, se considera que el agotamiento de ciertos recursos vendría compensado mediante el empleo de otras formas de capital (Solow, 1991; 1992). Dos grandes escuelas, con muchas coincidencias entre ellas, se adherirían a esta noción de sostenibilidad: 1) la que se apoya en la gestión de mercado; 2) la que, sin negar la relevancia de este, y asumiendo el grueso de sus consideraciones, se apoya más bien en el conocimiento experto y la tecnología, en clave ecomodernista.
(1) Algunos autores confían el ámbito de la toma de decisiones a las herramientas de la economía dominante. Se defiende la sostenibilidad como aquella situación que otorga a las futuras generaciones la posibilidad de seguir produciendo bienestar económico en la misma situación que las actuales (mantenimiento del valor total del stock de capital disponible), a través de la toma en consideración de un nuevo tipo de capital denominado capital natural (activos naturales), que proporcionaría toda una serie de servicios (servicios de los ecosistemas) para el bienestar humano. La idea sería integrar los ecosistemas dentro del razonamiento económico. Desde este prisma, el problema de la sostenibilidad tendría dos facetas (Pearce y Turner, 1989; UN/EC/FAO/IMF/OECD/WB, 2021; TEEB, 2010, Dasgupta, 2021): a) valorar (cuantificar, evaluar) adecuadamente el stock de capital y los beneficios (servicios) obtenidos para incorporarlos al razonamiento económico convencional del coste-beneficio y las cuentas macroeconómicas verdes; y b) asegurarse de que el valor de la inversión anual en el stock de capital natural cubra, por lo menos, la valoración anual de su deterioro. El sistema de contabilidad económico-ambiental (SEEA) de Naciones Unidas, la economía de la biodiversidad o los servicios de los ecosistemas son algunos ejemplos de esta narrativa de la sostenibilidad.
(2) Otros autores se apoyan, de modo explícito o implícito, sobre la idea de una hipotética curva de Kuznets ambiental, en la que, durante las primeras fases de desarrollo, cualquier economía usaría una cantidad creciente de recursos y, por tanto, tendría mayor contaminación asociada (los pobres serían los que contaminan y agotan los recursos). Sin embargo, conforme el desarrollo aumentase, a partir de un cierto punto, la innovación y el desarrollo tecnológico, así como el conocimiento científico, permitirían que el crecimiento económico se desvinculase del uso de recursos naturales y de la contaminación asociada (los ricos usarían menos recursos, contaminarían menos y serían los que podrían permitirse el lujo de ser verdes), de tal modo que se produciría un desacoplamiento y/o desmaterialización de la economía. Las narrativas del Pacto Verde Europeo, el Green New Deal o la denominada Economía Circular serían algunos ejemplos de esta visión de la sostenibilidad.
2. Sostenibilidad fuerte
La crítica al paradigma anterior se articula alrededor de multitud de enfoques más o menos complementarios que, por lo general, invierten los términos anteriores, considerando la economía y la sociedad como subsistemas limitados por la estructura, el funcionamiento y la dinámica de los ecosistemas.
Estas concepciones consideran que la tecnología tiene límites difícilmente superables. Entre estos límites estarían las propias leyes de la termodinámica (límites a la eficiencia o el reciclaje) (Georgescu-Roegen, 1971) o la existencia del efecto rebote o paradoja de Jevons (las mejoras tecnológicas provocan incrementos en el uso de recursos y en la contaminación asociada) (Polimeni et al. 2008; Giampietro y Mayumi, 2018). Además, estas teorías entienden el capital natural como una forma complementaria de otras formas de capital y, por tanto, no perfectamente sustituible (Ehrlich, 1989; Daly, 1990). También consideran que este enfoque ignora completamente varias décadas de discusión sobre la naturaleza y la medida del capital –la Controversia de Cambridge (Lazzarini, 2011)–, de la que se desprende la inconmensurabilidad de los ecosistemas y el capital, así como la imposibilidad de agregar las medidas de la naturaleza con respecto a el capital (pluralidad de valores y lenguajes de valoración).
Dentro de este panorama, algunos autores defienden una economía del estado estacionario, en la cual el objetivo sería maximizar el stock de personas y artefactos, a la vez que se minimiza el flujo de materia y energía necesario para mantenerlo (Daly, 1991; Costanza y Daly, 1992). Otros autores consideran aproximaciones no basadas en el desarrollo (crecimiento) como objetivo y rechazan la idea de la naturaleza como una forma de capital productivo, con multitud de aproximaciones como, por ejemplo, las del decrecimiento, la economía de la rosquilla, la prosperidad sin crecimiento, o el declive próspero (Kallis et al. 2018; Raworth, 2017; Jackson, 2009; Odum y Odum, 2001), entre otras.
Bibliografía
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WCED. 1987. Our common future. Oxford: Oxford University Press.
Cómo citar esta voz: Lomas, Pedro, «Desarrollo sostenible / Sostenibilidad», Glosario Speak4Nature: Interdisciplinary Approaches on Ecological Justice: https://www.speak4nature.eu/ |