GAIA
Adrián Santamaría y Jesús Pinto
La hipótesis Gaia supone una genuina revolución de la ecología contemporánea. Sin embargo, para comprender su alcance conviene distinguir y ahondar en el doble papel que ésta realiza. Por un lado, está el sentido restringido, meramente circunscrito a su condición de hipótesis científica. Como tal surge en los años 60, cuando James Lovelock trabajaba con la NASA en la posibilidad de la vida en Marte (de Castro, 2019, p. 35). Lo que le llevó desde ahí a formular la hipótesis de Gaia fue plantear un experimento mental (Latour, 2017), con el que se dio cuenta de que la «mera presencia [de vida en Marte] modificaría las propiedades [actuales] del entorno [del planeta] radicalmente» (de Castro, 2019, p. 35). Así fue como el meteorólogo inglés empezó a concebir de otra forma a la Tierra, dándole un carácter específico con respecto al resto de planetas del sistema solar (en particular) y de la infinitud del universo (en general). Poco después, en 1979, publicó un libro en el que desarrollaría esa nueva forma de mirar (Lovelock, 1979), formulando por primera vez la hipótesis Gaia: «el conjunto de los seres vivos podía ser visto como una entidad viviente única, capaz de manipular la atmósfera en su beneficio» (de Castro, 2019, p. 36). Esta primera formulación recibiría el nombre propuesto por William Golding, premio Nobel de Literatura en 1983: «Gaia».
Sin embargo, fue Lynn Margulis quien amplió la teoría, pues había llegado a conclusiones similares por otros medios: la consideración de lo microbiano y de lo genético. Su teoría sobre la «simbiogénesis» plantea el origen de toda la vida eucariota a partir de relaciones de simbiosis entre las células procariotas, que habría dado lugar a todos los orgánulos clave para la vida compleja (mitocondrias, cloroplastos núcleos celulares) y a la innovación de una nueva molécula de almacenamiento de la información genética (el ADN). Precisamente, Margulis llegó a la idea de Gaia desde la pregunta por el origen de la vida y de la variación de las especies, que ella respondió planteando la primacía de la simbiosis sobre la competencia (Margulis y Sagan, 2003). Esta perspectiva mostraba la complejidad de las relaciones entre los seres vivos: las variaciones que permitían la evolución no solo se debían a intercambios de material genético entre diferentes especies en relación de interdependencia y colaboración (Margulis y Sagan, 2003), sino que la propia vida podía ser dibujada como un conjunto de relaciones simbióticas (endosimbiosis seriada) y, en su fase pluricelular, como la prevalencia de los holobiontes (organismos que están compuestos por varias especies en la que una hace de huésped y otras habitan en simbiosis con ella, v. g.: el ser humano y su biota) y de su interdependencia (Puche, 2018, p. 38). De ahí solo quedaba un paso a la descripción de los ecosistemas o de la biosfera mediante estas mismas herramientas, provenientes del mundo microbiano: «Lynn nos proporcionó una visión desde debajo de Gaia a través del microscopio y nos mostró que se componía de microorganismos y que estaba viva» (Sagan, 2014, p. 52). Gaia era simplemente la simbiosis vista desde el espacio (Puche, 2018, p. 85), es decir, la constatación de la ecodependencia.
Gaia es una hipótesis revolucionaria, porque mantiene una tensa relación con uno de los paradigmas centrales en biología: el neodarwinismo. De entrada, hay dos versiones débiles de la hipótesis que solo tienen una cierta dificultad de encaje con ese paradigma. En primer lugar, la hipótesis «coevolucionaria» reconoce a Gaia como el resultado del hecho de que la vida y el entorno co-evolucionan, lo cual se deja explicar por la teoría convencional neodarwinista. Junto a esta, se encuentra la hipótesis «homeostática», que es admitida por el neodarwinismo tanto si se concibe que Gaia existe por fortuna, como si se concede que, aparte de la selección natural de organismos, existe «una selección en niveles superiores que determinarían la homeostasis y estabilidad que se observa en la biosfera» (de Castro, 2013, p. 114). A las dos versiones débiles de Gaia le acompañarían dos fuertes: la optimizadora (donde se «establece que la biosfera mantiene el entorno en un estado óptimo para la vida, quizás a partir de la necesidad de aplicar las leyes de la termodinámica a los seres vivos y la biosfera») (de Castro, 2013, p. 114) y la teoría Gaia orgánica, que la entiende como un superorganismo. Esta última hipótesis parecería ser incompatible con el neodarwinismo.
La posición de Lovelock, tras las críticas recibidas, varió sustancialmente con el paso de los años, hasta terminar defendiendo una versión cibernética de la hipótesis que sí es compatible con el neodarwinismo. De los tres científicos citados anteriormente, serán solo Lynn Margulis, con matices, y Carlos de Castro, plenamente, los que la suscriban de forma fuerte. Algunas de esas críticas refieren, por ejemplo, al hecho de que Gaia implica la presencia de la teleología (esto es, la apelación a fines y propósitos) a la hora de explicar procesos vivos. Esta crítica ha sido respondida indicando que una comprensión suficiente de la hipótesis de la selección natural (central en la biología contemporánea) incluye cierta aceptación de la teleología, pues esta, ya desde su formulación darwiniana, requiere asumir una cierta teleonomía, o teleología sin necesidad: los organismos no variarían para adaptarse al entorno, sino que habría un proceso que ya el propio entorno anticipa y que es recorrido por la evolución. El mecanismo que permite esta negociación entorno-organismo y que es el vector de unos fines que no entrañan necesidad es, pues, la supervivencia del más apto. Los fines concebidos no como necesidad y obligatoriedad, sino como límites a la variación, sea esta cual sea (para el darwinismo es completamente aleatoria), son admisibles por la biología evolucionista. Por esta razón, Gaia podría formularse como un mecanismo del mismo tipo que el de la supervivencia del más apto, y más si se atiende a los planteamientos de la evolución comunitaria de Lewontin (2000).
Después, encontramos críticas específicas, tales como las de Doolittle, quien, en línea con la primera crítica general, apunta a la imposibilidad de que organismos inconscientes tengan la capacidad de planificar y prever conscientemente la regulación del planeta (de Castro, 2019, p. 47). También se encuentra aquí la de Dawkins, quien rechaza que la biosfera sea una unidad de selección, ya que no tiene otros organismos con los que luchar por la existencia (de Castro, 2019, p. 48). Stephen Jay Gould, por su parte, reprocha a la hipótesis Gaia la falta de un mecanismo explicativo, calificándola de mera metáfora (de Castro, 2019, p. 51). Por último, Maynard-Smith constata la dificultad insalvable entre la optimización local de los organismos en su lucha por la existencia y la optimización global de la biosfera por parte de individuos egoístas (de Castro, 2019, p. 55). Todas estas críticas pueden ser respondidas con más o menos éxito desde las distintas formas de la hipótesis Gaia. Doolittle (2019), de hecho, empieza conceder visos de aceptabilidad a esta hipótesis en la actualidad.
Además de todo lo anterior, Gaia tiene un rendimiento como concepto filosófico. Es decir, la hipótesis científica tiene consecuencias éticas y políticas. Para algunos autores (Latour, Haraway o Stengers, entre otros), lejos de verlo como algo negativo, esto sería más bien una muestra de la insostenibilidad de la concepción heredada de la ciencia. Según esta concepción, existe una clara separación entre los juicios de hecho (puramente objetivos, comprobables y concretos, al margen de cualquier opinión) y los juicios de valor (sujetos a contingencias y al abordaje personal). Frente a esta visión de las cosas, la posibilidad de Gaia vendría a mostrar que la frontera entre descripción y prescripción no es tan nítida como se la presuponía. Los hechos científicos pueden abrir la posibilidad a distintas vías de acción: los hechos conmueven, sugieren, sorprenden, etc. Así pues, la «intrusión de Gaia» (Stengers, 2017) sería una invitación al cuestionamiento del propio concepto de «hipótesis científica», lo cual implicaría cierta porosidad, como mínimo, entre los conceptos de «ecología» como ciencia y «ecologismo» como movimiento político. De forma paralela, la imagen del científico, como alguien capaz de adentrarse en el mundo de los fríos hechos naturales y de hacerlos hablar, siendo un «testigo modesto», estaría también sujeta a crítica y revisión. Frente a ello, se encuentra la idea de «testigo modesto queerizado» (Haraway, 2019), donde éste siempre estaría situado en algún lugar (un laboratorio, observatorio o despacho) y sería, por tanto, interdependiente. Desde este punto de vista, Gaia es un concepto siempre plural: ni más grande ni más pequeño que aquellas instituciones y aquellos actores que le hacen hablar.
Situar el conocimiento científico y recorrer los modos en los que se produce implicaría, igualmente, poner en cuestión (en negativo) y explorar (en positivo), el pacto de la Modernidad (Latour, 2007) (Latour, 2017): las relaciones establecidas entre arte, ciencia, ley, humanidades e, incluso, la religión. No en vano Lynn Margulis, además de ser científica, también ha sido escritora de relatos al calor de sus planteamientos. Es también el caso de Carlos de Castro. De la misma manera, no son pocos los artistas que se han acercado al concepto de Gaia, al igual que al de Antropoceno (Latour y Weibel, 2020) (Davis y Turpin, 2015). Por su parte, la esfera legal se ha visto igualmente concernida por ella: por ejemplo, pueden hallarse debates en torno a los derechos de la naturaleza, la ecología del derecho y el derecho ecológico. Finalmente, el papel de las humanidades ecológicas, como modo de constatación de y contribución a estas conspiraciones o relaciones inesperadas, es uno sobre el que muchos autores también se han parado a pensar, sobre todo en su relación con un concepto que le es semejante: las humanidades ambientales.
Bibliografía
Davis, Heather y Turpin, Étienne (eds.) (2015), Art in the Anthropocene, Open Humanities Press, Reino Unido.
De Castro, Carlos (2013), En defensa de una teoría Gaia orgánica, Ecosistemas, 22(2), 113-118
De Castro, Carlos (2019), Reencontrando a Gaia, Ediciones del Genal, España.
Doolittle, W. Ford (2019), Making evolutionary sense of Gaia, Trends in Ecology and Evolution, 34(10), pp. 889-894.
Haraway, Donna (2019), Las promesas de los monstruos, trad. de Jorge Fernández Gonzalo, Holobionte, España.
Latour, Bruno (2007), Nunca fuimos modernos, Siglo XXI, Argentina.
Latour, Bruno (2017), Cara a cara con el planeta, Siglo XXI, Argentina.
Latour, Bruno y Weibel, Peter (eds.) (2020), Critical Zones, The MIT Press, Estados Unidos.
Lewontin, Richard (2000), Genes, organismo y ambiente: las relaciones causa y efecto en biología, Gedisa, España.
Lovelock, James (1979), Gaia: a new look at life on Earth, Oxford University Press, Reino Unido
Margulis, Lynn y Sagan, Dorion (2003), Captando genomas. Una teoría sobre el origen de las especies, Kairós, España.
Puche, Paco (2018), La simbiosis. Una tendencia universal en el mundo de la vida, Ediciones del Genal, España.
Sagan, Dorion (ed.) (2014), Lynn Margulis. Vida y legado de una científica rebelde, Tusquets, España.
Stengers, Isabelle (2017), En tiempos de catástrofes, Ned Ediciones, España.
Cómo citar esta voz: Santamaría, Adrián; Pinto, Jesús, «Gaia», Glosario Speak4Nature: Interdisciplinary Approaches on Ecological Justice: https://www.speak4nature.eu/ |